Levadura del pite
Levanta la cabeza chillando porque la lúcida alegoría que se desprende de la noche no le pertenece. Quizá los restos de abrumadores cigarrillos, amontonados a los pies de unos niños mugrientos que giran alrededor de alcoholizados artistas que suspiran la grotesca vanguardia de sus comentarios literarios, y que resucitan siglos de menor altercado, sean pudorosos con su necesidad de fumar y dejen impulsar un choque elástico de sus labios con las colillas a medio quemar.
Las miradas congratuladas por la conversación que discurre sobre falta y sobra de lecturas, entorpece su acaudillado deseo. Mientras en la vereda del bar se confunde la sistemática y mezquina peregrinación de una anécdota con la ampulosa reserva de vino y las risas, de reojo, como notando una mosca alevosa que husmea el cuerpo caliente de la brasa tirada, alguien se dedica a pisar los filtros para evitar un acercamiento.
Poesía del hombre pensante, poesía del hombre práctico, poesía artesanal, poesía visual, poesía que de fuego encienda de nuevo para largar el desecho un poco más lejos, cerca de uno que huele y que no aguanta.
Si hubiese estudiado quizá estaría en la mesa charlando de alguien como él mismo, mirándose con ejemplos contiguos. Pero se embotella la imaginación en la injusticia de no tener tiempo para emocionarse o componer sobre la nuca enrulada de tal o cual, sobre la soberbia idea de amar distanciadamente fumando sobre un balcón. Es una gran penitencia declinar y crepitar al frío.
Así que sigue un camino cortado por calles e intersecciones finiseculares. Un paso atrás lo salva de su falta de atención, y lentamente, por los aparatos metálicos de los dientes de las ventanillas de un ómnibus, un desfile de rostros observa el lugar natal del hombre incompleto. Cada ojeada al paso le agrega una cualidad que pervive separada de la que modestamente desperdiga el del asiento siguiente. Los sentidos sirven cuando no cuestan trabajo.
A la casa del señor iremos, a robar o a pedir, a comer fideos de restaurant, una vez por semana, o a lactar agua verdosa de un estanque.
El palacio legislativo dormita y los otros empinan whisky en un bar de la esquina. Salen a humear a la vereda y el glóbulo ocular espera pasionalmente el recorte de cenizas. Pero el hedor pisoteado por el mocasín nuevamente impone su jerarquía y ya no hay dudas del mal día.
Los aparatosos muchachitos en sonrisas blancas secretan algunos salmos de pólvora hervida en el renacer de la salida de un baile cheto. Piensa que les pagará con su amenazadora costumbre de irse, haciendo de su rudimentario quejido una buena despedida.
Por fin cruza dieciocho. Corta camino por la plaza donde las madres jugaron con sus niños de tarde persiguiéndolos enfermizamente. Alguno habrá caído como un cigarro.
Los primerizos estudiantes se emborrachan con elegantes comentarios sobre el mundo apretado que les sube dando manija. Baja la cabeza sintiendo como el bulto de una alargada sonrisa lo huele en la vereda. El desgaste de los tragos de vino repetidos en deliciosas adolescentes vuela con las palomas y las bolsas del cantero. ¿Será que en ellos se abruma la esperanza y el derroche volcará la parte incinerada de la lejanía? Llora.
Levanta la cabeza chillando porque la lúcida alegoría que se desprende de la noche no le pertenece. Quizá los restos de abrumadores cigarrillos, amontonados a los pies de unos niños mugrientos que giran alrededor de alcoholizados artistas que suspiran la grotesca vanguardia de sus comentarios literarios, y que resucitan siglos de menor altercado, sean pudorosos con su necesidad de fumar y dejen impulsar un choque elástico de sus labios con las colillas a medio quemar.
Las miradas congratuladas por la conversación que discurre sobre falta y sobra de lecturas, entorpece su acaudillado deseo. Mientras en la vereda del bar se confunde la sistemática y mezquina peregrinación de una anécdota con la ampulosa reserva de vino y las risas, de reojo, como notando una mosca alevosa que husmea el cuerpo caliente de la brasa tirada, alguien se dedica a pisar los filtros para evitar un acercamiento.
Poesía del hombre pensante, poesía del hombre práctico, poesía artesanal, poesía visual, poesía que de fuego encienda de nuevo para largar el desecho un poco más lejos, cerca de uno que huele y que no aguanta.
Si hubiese estudiado quizá estaría en la mesa charlando de alguien como él mismo, mirándose con ejemplos contiguos. Pero se embotella la imaginación en la injusticia de no tener tiempo para emocionarse o componer sobre la nuca enrulada de tal o cual, sobre la soberbia idea de amar distanciadamente fumando sobre un balcón. Es una gran penitencia declinar y crepitar al frío.
Así que sigue un camino cortado por calles e intersecciones finiseculares. Un paso atrás lo salva de su falta de atención, y lentamente, por los aparatos metálicos de los dientes de las ventanillas de un ómnibus, un desfile de rostros observa el lugar natal del hombre incompleto. Cada ojeada al paso le agrega una cualidad que pervive separada de la que modestamente desperdiga el del asiento siguiente. Los sentidos sirven cuando no cuestan trabajo.
A la casa del señor iremos, a robar o a pedir, a comer fideos de restaurant, una vez por semana, o a lactar agua verdosa de un estanque.
El palacio legislativo dormita y los otros empinan whisky en un bar de la esquina. Salen a humear a la vereda y el glóbulo ocular espera pasionalmente el recorte de cenizas. Pero el hedor pisoteado por el mocasín nuevamente impone su jerarquía y ya no hay dudas del mal día.
Los aparatosos muchachitos en sonrisas blancas secretan algunos salmos de pólvora hervida en el renacer de la salida de un baile cheto. Piensa que les pagará con su amenazadora costumbre de irse, haciendo de su rudimentario quejido una buena despedida.
Por fin cruza dieciocho. Corta camino por la plaza donde las madres jugaron con sus niños de tarde persiguiéndolos enfermizamente. Alguno habrá caído como un cigarro.
Los primerizos estudiantes se emborrachan con elegantes comentarios sobre el mundo apretado que les sube dando manija. Baja la cabeza sintiendo como el bulto de una alargada sonrisa lo huele en la vereda. El desgaste de los tragos de vino repetidos en deliciosas adolescentes vuela con las palomas y las bolsas del cantero. ¿Será que en ellos se abruma la esperanza y el derroche volcará la parte incinerada de la lejanía? Llora.
José Jorge
Montevideo
2009
2 comentarios:
Un complemento que se llena de símbolos y casualidades para mi, que transmite un algo que para todos es distinto, quizás Unamuno tenia razón y todo puede encerrarse en un verso, en una palabra, o quizas en alguna ebullición elemental como la levadura del pite,en la autopsia demuestre talvez que la mejor manera de filosofar sea la versificación, me gustó, lo compré, muy bueno.
Gracias por este comentario. Me gustó mucho la construcción que utilizaste. Un gran abrazo y debemos publicar en Heteroismo ese poema tuyo que me tenés que enviar.
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