jueves, 25 de junio de 2020

LA ÚLTIMA OBRA DE TEATRO

-Te amo.
-¿Cuándo?
INTRODUCCIÓN

Ayer pensé en decirte adiós fue la última obra de teatro que vi, antes de que se restringieran las actividades. Por ello le tengo un particular afecto; tanto así que quise inaugurar, a partir de ella, algunas observaciones laterales sobre la crítica. 

Por más que forcé esta indagación para impedir que me ahogara el fin de las funciones, nada evitó que el exceso de atención y dispersión sobre las reseñas, notas, entrevistas y la especulación sobre el texto de la obra sustrajeran la única utilidad que podía tener mi trabajo. Ni siquiera contribuí a la propaganda de la cuestión. Así que me dejé arrastrar por la catástrofe, para observar de cerca el arte del estímulo y la divulgación. Y señalar una obviedad. De aquí esta mirada. 

AYER PENSÉ EN DECIRTE ADIÓS
LA DISTORSIÓN INMANENTE



La sala ilumina el interior de la maqueta frontal de una casa comprimida en cuadros. En el dormitorio, una pareja comienza a desovar sus conflictos. La mujer destraba la impasible sorpresa del hombre y desarticula progresivamente el sustento rítmico de una vida atrofiada. Ni bien se desgasta la charla, el cuidadoso efecto de levantarse para escurrirse de la cama a otro espacio, certifica con firmeza y delicadamente la manipulación mecánica de la perspectiva cinematográfica con una admirable solidez (están parados pero los vemos acostados). Y así se precipita, desde el efecto óptico hacia el progresivo copamiento del sentido de un final, el relegado momento terminal en el que parece abismarse la vida de una pareja.[1] 

En principio, como las reseñas, debemos aceptar que la obra estuvo allí para reflexionar sobre la velocidad del cambio de las percepciones sobre la pareja en el tiempo. Sin embargo, muchas de estas operaciones de lectura administradas para la expectativa, en las que ideas de actualidad y difusión se desormonan entre sí, se montan en una sutil paradoja. El movimiento cultural alrededor de la obra registra un desgaste conceptual en la fijación de un estado idealista de cambio (de época, de relaciones de pareja) que provoca, por lo menos, nuestra más atractiva y oscura desconfianza. Me tienta aceptar que la transversalización de la teoría del cambio “se vuelve a la larga, a través de un proceso de ímpetu interior, su propia ideología” como señala Fredric Jameson (2014). 

En la patética, profunda y perturbadoramente emotiva puesta en escena de un epidérmico intento de exorcismo conyugal (cuyo final amenaza con disolverse episódicamente) hay señales que desvarían dentro del sentido lógico, y que también tensionan la existencia pacífica de un paradigma social mayor respecto de las fundaciones y relaciones de pareja. 

Ayer pensé en decirte adiós hubo, y quizá habrá (podría volver con un pulimiento incisivo), todo un arte de la reflexión alrededor del asunto de la separación. Sin embargo si composición inscribe señales que logran distorsionar el sentido y complejizan la entrega al campo áureo de la crítica espontánea. Por otra parte, todos los mecanismos de fijación de estereotipos de época y actos posesivos, en su desborde, borran la fuerza crítica que pueda extraer de ellas una conclusión directa.

Para poder articular desde el texto de la obra las particularidades ideológicas circundantes, las variables locales y los espacios vacíos desde los que habla el sistema socioeconómico que nos interpela, hace falta antes subrayar una paradoja e interpelar el sentido de la atención crítica. Pensemos en la difundida idea de que una revisión de décadas diferentes en encadenamientos señala un cambio de rupturas progresivas (puntualización sensible de las reseñas). El aparatoso y esperanzador impulso dentro de la caja y las palpitaciones de otro pensamiento que parece irradiarse hacia una nueva vida liberada luego de arrancar sensiblemente al otro -contrario a lo que pudiese sustraerse en la operaciones de lectura arriesgadas- están anulados a favor de explorar la relativización de esa misma perspectiva. He leído que la obra es un cuadro sencillo e intimista. Pero la naturalidad con que la obra impide interpelar la idea del vínculo (que parece ser su fin último) paradójicamente despega la crítica cómoda a favor de sondear otras estimulaciones. 

En efecto, solo el hecho de desconocer los rasgos de distorsión que alteran la rápida captación de un sentido lógico, como los sonidos de engranajes, la intencional baja tensión eléctrica, el utilitarismo remarcado de las referencias culturales, la sobreexposición de deliberaciones, el repaso exagerado de recuerdos, las disrupciones expresivas, entre otras marcas, nos señalan una vez más el desgaste de la mirada crítica. 


Hay muchas capas de juego con el sonido que responden a posibles formas de representar los pasajes temporales, las emociones de los personajes, mezclas que fue pensando el sonidista (Gustavo Fernández) en relación a lo inconsciente que está latente en muchos momentos de la obra. Y en sentido, manipuló y jugó con los sonidos ambientes, desde una distorsión o reelaboración o el corte abrupto de acuerdo a la partitura dramática. (Milesi: 2020)


Y los detalles a veces parecen también la sobra pensante de otra dimensión de cuyo seno han sido arrancados para perturbar, no solo como signos de ruptura o dislocación, sino como señuelos incómodos para el agotamiento perceptivo. Acaso hagan decir algo más a los discursos, algo que los hace nombrarse, algo que los desnuda como “prácticas que forman sistemáticamente los objetos de los que hablan” (Foucault, 2002: 81). 

Hacer surgir los discursos críticos (reseñas o artículos) en la complejidad que le es propia, podría ayudarnos a señalar la red sistemática de formaciones erosionadas por las mismas prácticas a las que aluden, y que acaso conseguirán hacernos experimentar una profunda inmersión crítica en nuestros propios estatutos. Diré de nuevo lo ya dicho. Un acercamiento a la paradoja crítica nos dejará entrever la concentración de críticas análogas en medios de difusión masiva para que cuestione o se sobresalte frente a errores de interpretación. Esto vale para decir que no todo está a cargo del lector, ni de aquellos que adelantan su forma, forma que debe y pude ser cambiante y equívoca, pero no necesariamente a partir de resbalosos sedimentos culturales. En principio uno de los miedos a entrar en detalles (debates) culturales seriamente, es casi como el miedo a perder al especial otro (velocidad de publicación, público o significación). Quizá es mucha pretensión. De igual manera agradezco aquella obra que nos evacúa desde la ruina del amorfo fragmento, que nos pide algo más que una mañosa forma de absolución interesante y que finalmente nos impide cultivar morosos el sobreentendido.

Jameson, F. (2014). Las ideologías de la teoría. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Foucault, M. (2002). La arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI.
Flamia, L. (4 de abril de 2019). ¿A place to stay? Voces, 25.
Borkenztain B. (4 de junio de 2019). Instantáneas de ruptura ordinaria. Dossier
Entrevista a Domingo Milesi. 28 de febrero de 2020.

[1] Una visión atenta que ayuda a comprender la obra es el trabajo de Flamia en Voces que apunta la extraña variación entre décadas. Otra mirada que atiende el aspecto cinematográfico escuetamente se puede encontrar en el trabajo de Bernardo Borkenztain para Dossier

José Jorge 2020

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